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lunes, 7 de mayo de 2018

La Habana antes de Fidel (I)


Hace algún tiempo, en Cuernavaca, mientras acompañábamos la sobremesa con un aromático café cubano, le pregunté al abuelo de mis hijos: ¿Cómo era Cuba antes de Castro? Se le quebró la voz mientras empezó a recordar el poema de Rodrigo Caro: “Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora/ campos de soledad, mustio collado,/ fueron un tiempo Itálica famosa.” Falleció poco después, a los 84 años, soñando con volver a Cuba. Decidí investigar por mi cuenta aquella pregunta, que nunca antes me había formulado. Me sorprendió lo que encontré. Con las limitaciones del caso, reconstruyo algo de aquella Itálica famosa: economía, salud, educación y vivienda. Agregamos un apunte sobre la prensa y la política en Cuba, en 1958, porque el binomio prensa-oposición se convirtió en su talón de Aquiles y terminó así aquel meritorio pasado.

Alguna marcha celebratoria salió a la calle el 26 de julio. Las consabidas imágenes icónicas, los vivas. Cincuenta años de propaganda castrista lograron hacer un axioma de la perversa propuesta teórica de Goebbels: no obstante el ostensible fracaso del experimento comunista cubano el cada día más reducido coro de compañeros de viaje celebra, y defiende, religiosamente, un triunfo que solo ellos ven. No tienen ojos para ver la insaciable violación a los derechos humanos y a las libertades individuales; el desastre económico y social; el feroz y cotidiano ataque a la democracia. Lo dice bien José Woldenberg: “El fanático ve lo que quiere ver.” Si no fuera porque es una desgracia, diríamos que la paradoja es fascinante.

Una de la causas de este fenómeno típicamente goebbelsiano, que a base de repetición termina por validar como cierta una proposición falsa, es la explicable dificultad de conocer las condiciones políticas y socioeconómicas de Cuba antes del castrismo. Peor aún para las generaciones más jóvenes que habitan la isla. A la pregunta de: ¿Cómo era Cuba en 1958?, la respuesta casi siempre será: “Era un país pobre, atrasado, en condiciones socioeconómicas terribles. Los cubanos sufrían una dictadura”.

Es difícil enterarse de cuáles eran las condiciones reales de Cuba en 1958 porque, en primer lugar, el gobierno de Castro removió de las bibliotecas públicas periódicos, revistas y cualquier otro documento que pueda contradecir el discurso oficial. No se pueden consultar libremente ni siquiera periódicos de los primeros años del castrismo, como lo constató el escritor español Miguel Barroso y lo consigna en su libro Un asunto sensible (Barcelona, Mondadori, 2009). Se necesita un permiso especial del Consejo de Estado. Revisar ciertas publicaciones oficiales puede comprometer al investigador porque contienen información que desdice la realidad presente y son por tanto material peligroso de conocer.

Le sucedió a los economistas independientes Martha Beatriz Roque Cabello y Arnaldo Ramos Lauzurique. Ambos hicieron en 1997 una investigación sobre el PIB cubano, que naturalmente arrojó resultados ingratos para un gobierno cuyo discurso oficial está saturado de “logros”. Dicho estudio circuló en Cuba de mano en mano hasta que fue interceptado por la seguridad del Estado. Pero el documento ya se conocía fuera de Cuba. En 2003 fueron arrestados y condenados a 20 y 18 años de cárcel, respectivamente, acusados “de colaborar con el enemigo”.

Ambos economistas habían utilizado para su investigación, únicamente, información de la ONU, la OMS, el Anuario Estadístico de Cuba y “algunas revistas que ya pasaron por las manos del censor y que entonces estaban en las bibliotecas”, dice Ramos Lauzurique. Pero no es permisible consultar ciertos documentos porque pueden desvelar una realidad incómoda: se encontrará la explicación de fondo de “un logro” que parecía casi milagroso; un compromiso que no se cumplió; una promesa que se contradijo, y luego otra y otra más, y así durante más de medio siglo. “Me cortaré las barbas cuando cumpla mi promesa de un buen gobierno”, le dijo Fidel Castro al periodista estadounidense Edward R. Murrow en 1959. Todo indica que Fidel Castro morirá barbudo.

Tales políticas relacionadas con la investigación documental nos recuerdan al emperador chino Shih Huang Ti, quien, en el año 213 a. C., mandó quemar todos los libros que le precedían: la Historia empezaba con él. En el caso de Cuba, a la sistemática desaparición de periódicos y revistas precastristas y documentos inconvenientes (aun los propios), le sigue el trabajo del agitprop, y su incesante afán por demostrar que Goebbels tenía razón y hacer el denuesto de la vida en Cuba antes de Castro.

Y enseguida viene el coro de compañeros de viaje o tontos útiles, como dice la leyenda que les llamaron Trotski y Lenin a quienes escuchaban alguna frase hecha del comunismo y sin más la repetían sin saber realmente lo que decían. Y hasta colaboran con argumentos propios. Algunos miembros del coro son de lujo, como Gabriel García Márquez, que con la suficiente ligereza justificó el castrismo desde el primer día. En los años 60 lo hizo con un argumento que hoy es una perla: “Había en Cuba 482,560 automóviles, 343,300 refrigeradores, 54,700 radios, 303,500 televisores, 352,900 planchas eléctricas, 286,400 ventiladores, 41,800 lavadoras, 3,510,000 relojes de pulsera, 63 locomotoras y 12 navíos mercantiles. Salvo los relojes suizos, todo lo demás estaba fabricado en Estados Unidos y dependía de sus repuestos.”

Además de que era una mentira porque en Cuba, en 1958, había mucho más que eso para una población de seis millones de habitantes, lo que había de cosas materiales les sirvió a sus dueños durante décadas (algunos de aquellos automóviles siguen circulando por las avenidas semivacías de La Habana). Pero faltaba lo peor: conforme fueron terminando su vida útil los aparatos domésticos y casi todos los vehículos, ahora a fortiori, fueron sustituidos por armatostes soviéticos de la peor calidad. Y no había refacciones, mucho menos ahora. Ya quisieran hoy los ciudadanos cubanos tener cuando menos una parte de aquello que quiso ser una bufonada enumerativa de García Márquez. Si algo hubiera sabido de Cuba, habría dicho que el conflicto real era la exigencia de volver al orden constitucional y a la democracia que vivían desde 1940. García Márquez debe estar hoy muy entretenido contabilizando los productos chinos de todo el planeta; a ver qué gracejada se le ocurre, ahora contra los chinos.

Si el entonces joven periodista filocastrista que en 1961 hacía su tarea en Nueva York al frente de Prensa Latina (fachada del agitprop cubano) -que salió huyendo hacia México al primer disparo de Bahía de Cochinos, qué tal y gana la oposición-, si entonces, decíamos, García Márquez le hubiera preguntado a su camarada Carlos Rafael Rodríguez cómo era Cuba en 1958, se habría ahorrado la ocurrencia aritmética. Carlos Rafael Rodríguez le habría dicho que cinco años antes de que Fidel Castro se hiciera del poder, en 1953, Cuba tenía un 23.6% de analfabetos -en las zonas urbanas el índice era de 11.57%-, entre las personas mayores de 10 años de edad. Si los datos se ajustan para personas mayores de 15 años de edad, el índice de analfabetos bajaba a 22.1%. En Latinoamérica, solo Argentina, Chile y Costa Rica tenían mejores números que Cuba. Le seguía Colombia, con 37.7% de analfabetos y luego México, con 40%. El Censo Poblacional de Cuba de 1970 registra aún el 12.9% de analfabetismo. No obstante, falazmente el coro repetía: “En Cuba todo mundo sabe leer y escribir”.

El comandante Rodríguez también le habría podido decir a Gabriel García Márquez que en Cuba, en 1958, el 62% de los ingenios azucareros eran propiedad de ciudadanos cubanos; el 37% de consorcios estadounidenses y el 1% restante, de españoles y franceses; y que la zafra de 1952 fue de más de 7 millones de toneladas de azúcar (en 2010 apenas alcanzó 1.1, se anunció en mayo). Durante los años 50, Cuba llegó a aportar el 21.37% de la producción mundial de azúcar con un territorio del tamaño de la península de Baja California. Carlos Rafael Rodríguez le habría dicho que en salud, educación, transporte, telefonía, ferrocarriles, radio y televisión, y por supuesto, en producción azucarera y tabacalera, Cuba era entonces y en casi todo, uno de los dos, a veces el tercero y a menudo el primer país de Latinoamérica, en esos rubros y algunos más.

Cuba era autosuficiente en el consumo de azúcar, leche, café, tabaco, frutas tropicales y carne de res (desde 1940); y prácticamente autosuficiente en productos del mar, carne de cerdo, tubérculos, hortalizas, avícolas, huevo y producción de calzado. Cuando Fidel Castro se hizo del poder en Cuba, había 6,325,000 cabezas de ganado, de las cuales 940,000 eran vacas lecheras (quinto productor de la región, según la ONU), para una población de seis millones (los datos son de 1961, publicados por el Instituto de la Reforma Agraria). Para el período 1986-1989, ellos mismos reportaron que la producción per cápita de carne vacuna había caído a la mitad respecto del nivel de 1958.

El año 2000 es punto menos que desastroso: hay menos cabezas de ganado que en 1946: 4,110,200 -la cifra incluye el ganado lechero, si lo hay. Para una población 2.5 veces mayor. Las cifras son del Anuario Estadístico de Cuba, reportado por Oscar Espinosa Chepe (Cuba / Revolución o involución, Madrid, Aduana Vieja, 2007). El autor es economista, periodista independiente, ex funcionario del Banco Nacional de Cuba, ex diplomático; encarcelado en 2003. Todo indica que la mayor parte de la población vacuna ya pasó por las carnicerías: para 2010, al menos el 80% de los alimentos que se consumen en Cuba son importados, de Estados Unidos: pollo, maíz, trigo, soya y leche en polvo. Mientras los quince países de mayor producción lechera de Latinoamérica incrementaron su producción en 228% durante el período 1958-1996, la Cuba castrista aumentó su producción lechera en un 11%. A pesar de que en la Cuba castrista solo toman leche los menores de siete y los mayores de 65 años, es necesario importar leche.

En 1958 Cuba también era autosuficiente en el consumo de leche evaporada y condensada. Es evidente que hoy hasta las vacas lecheras terminaron en la carnicería. Los autores de A study on Cuba (University of Miami, 1965) consignan que la importación de carne, proveniente de Canadá y Estados Unidos, se inició en 1960, cuando, increíblemente, dicen los autores, se mandó a los mataderos a sementales, ante la inminente carestía. En cambio en la Cuba precastrista la importación de carne vacuna fresca se suspendió en 1940, año en que se alcanzó la autosuficiencia y se inició la exportación (nunca hubo fiebre aftosa en Cuba). Desde los años 40 hasta 1958, el kilo de carne de res costó en promedio 51.5 centavos y el consumo anual era de 112.4 libras per cápita. En esa época, los cubanos tenían la más alta ingesta de proteína en Latinoamérica, después de Argentina y Uruguay: más del 80% de la ganadería era de ciudadanos cubanos.

En 1962, con libreta de racionamiento, las tiendas del Estado castrista vendían anualmente, per cápita, un tercio de aquella cantidad (puerco y res, combinadas). En 1958, el consumo anual de arroz, por persona, básico en la dieta cubana, era altísimo: 110 libras, diez veces el de Estados Unidos. A pesar de que la producción nacional era abundante y de buena calidad (cuarto productor del continente, hoy es el duodécimo, debajo de Bolivia, según datos de la FAO), había que importar arroz de Asia y de Latinoamérica frijol, maíz y otros granos. Pero Cuba tenía dinero para importar lo que necesitaba: la balanza comercial de Cuba fue positiva desde 1902 hasta 1957; con excepción de 1921. Pocos países en el mundo deben tener un récord similar.

En cambio, en la Cuba castrista el crecimiento del volumen de las exportaciones fue, hasta finales del siglo XX, de los más bajos de Latinoamérica, por detrás de Haití. Con todo y la notable diferencia en territorio y población, en 1958 México y Cuba tenían el mismo volumen de exportaciones; hacia el final del siglo XX las exportaciones mexicanas habían crecido 130 veces mientras las cubanas apenas se duplicaron. El estancamiento de las exportaciones cubanas es abismal. En 1958, solo Venezuela (por el petróleo) y Brasil tenían mayor volumen de exportaciones que Cuba. Ello explica que en 1958 Cuba tuviera la tercera mayor reserva internacional de divisas de Latinoamérica: 19 mil millones de dólares, a precios actuales. Explicablemente, en 1958 Cuba tenía el tercer ingreso anual per cápita (356 dólares), después de Uruguay (365) y Venezuela (857); México (263) estaba en octavo lugar (son datos de A study on Cuba, del Boletín Mensual de Estadísticas de Estados Unidos de 1961 y del FMI).

En 1958 Cuba tenía un sólido sistema de salud pública y alcanzó entonces el índice de mortalidad infantil más bajo de Latinoamérica (33.4 fallecimientos, durante el primer año de vida, por cada mil niños nacidos vivos); lejos, le seguía Argentina (61.1), y aún más lejos estaba Costa Rica (89.0), México (80.8) y Chile, en donde era altísimo: 126.8. No obstante, en 1990, Cuba, Costa Rica y Chile tenían prácticamente el mismo índice de mortalidad infantil: 15, 16 y 18, respectivamente. México seguía teniendo un alto índice: 41. Los datos para Cuba son del Anuario Estadístico de Cuba de 1974, y los demás de América en cifras, del Instituto Interamericano de Estadística, Washington, D.C. (IIE) y la ONU. Durante el período 1950-1954, en Cuba, la relación de un médico por cada mil habitantes también era la más alta de Latinoamérica. México tenía un médico por cada 2,400 habitantes, Cuba uno por cada 960. Son datos de la OMS. Cuba estaba por arriba de algunos países europeos como Inglaterra, Francia, Suecia y España.

Los datos en salud y educación de Cuba, para el período que va de la década de 1940 a 1958, son congruentes: en Cuba los estudios del área de la salud siempre tuvieron muy alta población estudiantil: en 1934, el 75% de todos los graduados universitarios egresaron de esa área: médicos, odontólogos, enfermeras, parteras, farmacéuticos. En 1943 fue el 50%, pues creció la matrícula en otras áreas. El siguiente índice lo ocuparon los pedagogos y luego los abogados. La seguridad social en Cuba, desde los años 40, aunque no universal todavía, muy probablemente era la mejor de Latinoamérica: en 1958 el 90% de los trabajadores gozaba de seguridad social.

Desde los inicios de los 40 y hasta 1958, en Cuba, el presupuesto anual de egresos dedicado a la educación fue superior al 20% del total. En 1958 fue el más alto de Latinoamérica: 23% (sin incluir la construcción de escuelas). Le seguía Argentina con 19.6% y luego Costa Rica con el 20%; México dedicó el 14% de su presupuesto a la educación (según datos históricos de Ministerio de Hacienda de Cuba, el IIE y la UNESCO). En 1958, Cuba tenía una universidad por cada 750 mil habitantes; México, veinte años después, en 1978, tenía una por cada millón 700 mil habitantes. La proporción es abrumadora. El número de bibliotecas que tenía Cuba en 1958 solo era superado por Argentina y Brasil.

El prestigio de la medicina y la educación cubana tiene profundas raíces en la primera mitad del siglo XX, no es producto del comunismo castrista. La tan publicitada campaña alfabetizadora de 1961, que encubrió otros fines, duró sólo ese año porque no hacía falta: en 1958 había en Cuba más escuelas primarias rurales que urbanas: 4,889 y 2,678, respectivamente. 'El gran avance de la medicina cubana comunista', así como la alfabetización, fueron más un falaz montaje publicitario que realizaciones concretas: ya estaba hecho casi todo. Lejos de reconocer en su justa proporción los avances anteriores, Castro difundió falsedades estadísticas desde el primer día, como el mito del “40% de analfabetismo en 1959”.

El régimen castrista cosechó y publicitó, ad nauseam, lo que otras generaciones de cubanos habían sembrado mucho antes que él. No obstante, se adjudicó la autoría. Y luego dilapidó el patrimonio. Un nieto del Che Guevara, Canek Sánchez Guevara, estudiante de diseño en la Universidad de La Habana, le hizo a Andrés Oppenheimer (Reforma, 15/12/2008) un buen resumen de las condiciones de la educación en 1991: “No hay papel, ni lápices, ni interés de parte de los profesores en hacer nada. Y si te gradúas no hay trabajo. Aquí no hay futuro.”

¿Por qué García Márquez tendría que haberle preguntado a su camarada Carlos Rafael Rodríguez cómo era Cuba en 1958? ¿Por qué precisamente a Carlos Rafael Rodríguez? Porque ese personaje (1913-1997), aunque militante desde muy joven del Partido Socialista Popular (PSP), obcecado estalinista cuando compartió el poder con Castro, fue antes ministro sin cartera de Fulgencio Batista durante su primera gestión (1940-1944), y después, como representante del PSP, fue miembro del Consejo Nacional del Censo de 1953 (su integración era pluripartidista), por lo que también conoció el Anuario Estadístico de 1956, donde junto con el Censo de 1953, está toda la información que García Márquez ignora.

Como una revancha del destino, el ejemplar del Censo de 1953 donde aparece enlistado Carlos Rafael Rodríguez como flamante miembro del Consejo Nacional del Censo es un ejemplar de la biblioteca personal de Batista, que su hijo Jorge donó y dedicó con su puño y letra a la Cuban Heritage Collection.

Víctor Manuel Camposeco
Letras Libres, 31 de enero de 2011.

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